
Me cuentan mis colegas que el otro día en el bar country de los últimos tiempos vieron al niño pequeño del Camy con un pedo considerable, como todos los demás, y que charlaron un poco con él. El chaval debe tener 18 tacos o así, y nosotras podríamos sentirnos viejales, pero pasamos y preferimos partirnos recordando las andanzas del Camy. El Camy era el kiosko de gominolas que había en nuestra urbanización hace la tira de años, que tenía puesto una familia que daba mucho juego en la parte delantera de su chalé. Mantuvo y ganó una lucha fraticida con el otro kiosko de la calle, el Royne, a unos cinco metros de distancia. Durante unos meses la dura ley de la competencia del capitalismo feroz se trasladó a la calle Costa del Sol, y un día los chicles costaban a cinco pesetas, otro a seis, otro a cuatro, y era un lío de cojones. Reinando ya en solitario, el Camy amplió el negocio y pasó a vender prácticamente de todo (latas de conservas, pilas, papel del water) y también comenzó a poner aperitivos, cañas y copas en ambiente más nocturno y voceras. Juro que vi celebrarse una comunión en el chiringo. El niño del Camy estaba siempre al tanto de que el abuelo no se quedara dormido sobre la barra del kiosko después de tomarse sus vinos, cosa que a veces ocurría, con el consiguiente susto del personal. La hija tenía siempre la cara de las chavalas que salen en las pelis americanas que viven en pueblos del sur, ese "sácame de aquí por favor" grabado en la frente. Se casó pronto y ahora vive en Méjico. La madre siempre te intentaba convencer de que los donuts caducados se podían comer y el padre le echó una buena bronca a mi brother un día que le pilló colándose en el chiringo a robar unas pilas para el radioca. El abuelo nos hacía un juego: si conseguíamos adivinar quién era el cerdo de gominola rosa que tenía en la mano, nos llevábamos golosinas gratis. Bren siempre decía que era Aznar y el viejo se ponía de mala hostia y le daba un cachete en la mano. Yo, que sabía que eran de Falange, decía que era Felipe y me llevaba la bolsa gratis. Se que esta anécdota no deja en muy buen lugar mi integridad, pero así fue, tan real. La verdad es que nos caían todos fatal menos el viejo, que en el fondo era un cachondo. Pero todo imperio tiene su caída, y el del Camy, con su forma de ser, tan "o me compras a mí o estás contra mí" y la cara que ponían de "te estoy vigilando" cuando pasabas por delante con una barra de pan que no les habías comprado a ellos, le granjeó muchos enemigos. Éso, y las dudosas condiciones sanitarias del chiringo, amén de que no tenía licencia más que para vender gominolas tiernas y helados sin caducar, hizo que la última vez que viéramos el kiosko fuera en volandas, transportado e incautado por una grúa de la Guardia Civil. Ni en los días más fructíferos de coñas y exageraciones se me habría ocurrido un final tan grande.