Wednesday, September 10, 2008

El vecindario

Me da la impresión de que las reflexiones sobre la calidad de vida son comunes entre la gente que viene a vivir a Nueva York. Muchas veces motivadas por la dureza de las primeras semanas, uno acaba pensando que la gente aquí está un poco como las maracas y que cómo pueden vivir en apartamentos enanos pagando un dineral en una zona de Brooklyn que mi vieja consideraría simple y llanamente "terrorífica". Otras veces sales a esa calle, en la que estoy ahora, en esa zona de Brooklyn, y ves el Empire State iluminado a lo lejos y hueles el olor a comida mejicana y se te pasa, así de engañoso e instantáneo. Pero vamos, que como en todos los lados, aquí la gente con pasta se lo monta a cholón, y la que no, pues se lo monta como puede.
Teniendo esa máxima tan prosacia como guía, uno se puede reír de todo y montárselo debuti casi tan sólo observando la de cosas y acciones extravagantes que se ven por ahí.
Primer ejemplo, la tan ansiada casa en Astoria, Queens (la blanca de la izquierda). Uno la ve por fuera y le da la impresión de que está adornada, y lo está, con cobertura de ese extraño contrachapado de medio metal medio plástico que la hace parecer frágil como una hoja y proclive a salir volando si hubiera algún huracán de esos que no pasan por NYC. Obviando al dato de que por dentro está mejor que el antiguo piso de Madrid, para mí es un palacio.
Segundo ejemplo, este sí que raro aquí y en todos lados. Existe una web, craiglist, en la que se vende y se compra y se intercambia de todo: trabajo, casas, muebles. La peña vende cosas chungas de veras, como lamparitas de mesilla hechas una mierda o sofás hechos una pena. Pero el colmo es el tío que vende su cubo de basura, de diseño, por 50 dólares. 50 napos por echar la mierda donde la ha echado otro antes. Pero fashion.
Al final lo que te acaba rondando por la cabeza al final del día es que quizás vivas más cutre y, por otro lado, que no vas a poder encontrar nada más sorprendente que lo has visto hoy. Pero la poca experiencia me dice que tanto una cosa (la cutrez) como otra (la sorpresa) siempre se pueden superar a sí mismas al día siguiente.

Tuesday, September 02, 2008

Moving

Me muevo otra vez, del Soho a Brooklyn hasta el día 14, y de ahí a Queens.
El Soho es realmente un barrio cojonudo, la mar de caro pero bestial. Uno va a hacer la colada a un laundry un domingo a mediodía y resulta que el que regenta el negocio se ha hecho fotos con todas las celebreties que te puedas imaginar, Muhamad Alí incluido, y las tiene colgadas por ahí, más ajadas que la hostia. Y durante la espera de la lavadora, uno se va a tomar el sol a un banco a ver como unos chavales juegan al jockey sobre patines en una cancha de esas de las películas, con rejas, y resulta que uno de los jugadores, el más alto y más corpulento y el que patina más rápido, es Tim Robins, todo sudado. O la vuelta a casa el sábado por la noche desde el East Village, con pérdida de orientación incluida y paseo por todo Chinatown, todo cerrado y oscuro, y de vez en cuando los neones en chino de las tiendas y los restaurantes. Era super fácil imaginarse que las personas que estaban hablando a gritos, como hablan los chinos, en las puertas de las casas y negocios iban a sacar de un momento a otro los sables rollo Golpe en la Pequeña China, y un humo subiendo del suelo iba a esconder sus movimientos de karate. Pero no, lo mas exótico que vi fue un taxi parado con un chaval dentro y otro fuera apoyado en un buzón de correos echando la raba. Vamos, que como cualquier sábado en Alonso Martínez.

Pero lo mejor de todo, el tipo que nos alquila la casa, un japonés la mar de majo y de buenorro, de nombre Rio, que habla medio castellano medio inglés usando la "l" sin parar, apaga los cigarros de liar con las uñas de los dedos, tiene un hijo con los ojos más grandes del mundo y una mujer, Huikiko, con el nombre más chulo del mundo.

De Japón a China, pues el dueño de la próxima casa no permanente es Mr Chen, que vive en Chinatown y que no tiene sable, pero sí un restaurante con neones y muchos dólares en los bolsillos.