Thursday, September 29, 2005

Coruña caníbal



Tom toca en el Garufa. Está lleno. Una tía en medio del bar, con un jersey calado blanco y que se siente maravillosa. No la entra nadie. El ambiente está muy animado, el público aplaude con ganas, pero nadie grita ni silba.

Vamos a la tetería vieja, que está más destartalada que la nueva. Los tercios cuestan 1,20 euros. Se puede fumar porros. Nos agarramos un pedo importante, hablamos bien y alto y nadie lleva gafas de pasta.
Una mañana en la playa de Caión, con el agua fría fría y el sol amenazando siempre con desaparecer; una tarde en el Monte de San Pedro, mucho viento, y poder pasar una hora con alguien sin decir ni una sola palabra, o pensando en lo cerca que lo vieron los que hicieron las américas... Y después reírte del “Centro de Interpretación” de herramientas de navegación, que regenta una tía buena que lee el Marie Claire a escondidas por debajo de la mesa.
Una noche de tapas que acaba en algún bar del Orzán, lunes y martes abierto y con gente, poca, pero con gente, y un dueño que baila Cabaret con los clientes y al día siguiente les regala un Alka Seltzer. Poder decir, “me voy al Rock and Roll”, y saber que de ahí al Playa hay un camino en el que puede pasar de todo. Por el paseo, al lado del mar, los ánimos se calientan, y puedes enfadarte o enamorarte, porque sabes que vas a estar mucho más borracha, porque vas a un garito donde ponen garrafón, algunos de los mejores éxitos del rock y del pop de los últimos años a nosecuantosmil watios de potencia y con unas luces que envidiaría cualquier after hours villalbino.
Llegar de día a Monelos y cruzarte con los chandalistas y levantarte el domingo y no encontrar ningún bar abierto donde comprar los pitillos necesarios para saciar el síndrome de abstinencia.
El domingo en el Portiño, tomando un té para la faringitis aguda, mirando el mar. Coger el coche y recorrer las calles vacías con la música bien alta, desde Riazor hasta el Obelisco, pasando por la Torre, siguiendo las líneas del tranvía.
Solucionar la ansiedad de la madrugada del lunes bajando a pie y en chándal hasta el Egeo, un bar donde puedes ganar un puro fácilmente, pillar cerveza en vaso de cartón de coca cola y charlar en el Matadero hasta que el sueño y el frío ataquen a partes iguales.
La sensación tan dulce que me queda cada vez que veo por última vez Plaza de Pontevedra, esto es para mí Coruña Caníbal.

Underground Depredator

Voy pensando en que me duele mucho la garganta, tengo como un muro, una piedra, esta noche tendré que tomarme algo, que mañana es viernes. Menos mal que voy sentada en el metro. Me acuerdo de esta mañana, cuando aún no me dolía mucho la garganta y, a pesar de que me puse muy muy cerca del andén, no pude entrar la primera al vagón y no pillé sitio desde el principio. Pero ya ha aprendido algo. Lo importante es ponerse en el medio. Quiero decir, te pones enfrente de una línea de asientos, te agarras a la barra de arriba, y tienes a las cuatro personas sentadas justo ahí, muy cerca de ti. Antes hay que dejar la bolsa con el taper entre los pies, para que no estorbe a la hora de actuar. Y sí, llevo taper porque soy oficinista, aunque digan que trabajo de periodista, y la bolsa suele ser de cartón, con asas y de Zara, para más señas. Bien, a lo que íbamos. Colocada en este espacio, tengo derecho a sentarme en cualquiera de los cuatro sitios que ocupan las personas que tengo enfrente. A no ser que los de los extremos estén agarrados a la barra y ligeramente inclinados hacia delante, alerta Pero si se apoyan en las puertas y se relajan, todos los asientos son míos. Comienza el juego de miradas, primero con las personas que están de pie. Solidaridad, curiosidad, reto, amenaza... hay una gran variedad, Yo hoy opté por la aptitud retadora, para marcar mi posición central en el pasillo. Después te relajas, lees sosteniendo el libro con la mano que queda libre o si no cierras un poco los ojos cada cierto tiempo, pero zasssss, alerta, un movimiento en el objetivo. La chica sentada en el extremo izquierdo ha sacado algo del bolso, sí, es una funda de gafas, y ha cerrado el libro. Se las va a quitar, se las va a quitar..., eso es, se las quita, las limpia con el pañuelito azul, un cristal, el otro...Descubro que el de la barra de la derecha también está observando el proceso y elijo la mirada amenazante, que le dice claramente: ¡tú estás más lejos que yo!. El tren disminuye de velocidad, ella se agarra a la barra, se levanta, y aún no ha abandonado del todo su hasta ahora espacio vital y ya estoy sentada, alargando la mano para coger la bolsa del puto taper. Entonces llega el momento. Levanto la vista e intento por todos los medios disimular esa sensación de triunfo que me invade. Siento la presión de las miradas de rencor que adornan las ojeras de dos de los que se han quedado de pie, pero de repente, no, no pasa nada, ya nadie se fija en mí, alguien en otra fila de asientos ha comenzado a doblar el periódico, lo mete en el bolso....

Vuelvo a la realidad, lamentándome de mi mala suerte, este dolor de garganta, que seguro tiene mucho que ver con mi vuelta al paquete diario de cigarrillos, menos mal que voy sentada. Cuando llegue a casa, voy a ponerme el termómetro, seguro que tengo unas décimas, con algo de suerte mañana tengo más de 37.5, y quizá pueda quedarme en la cama y pasar una mañana sin tener que coger el metro y convertirme en una depredadora.