De costa a costa

Por otro lado, descubrir que existe toda una ciudad norteamericana donde la mayoría de la peña le tiene más tirria a Bush que los propios europeos es un alivio. Dicen que Obama sólo ha venido una vez a Portland porque sabe que seguro le van a votar todos. Y que George W. Bush vino una vez y le montaron tal pollo que se piró a la media hora y nunca más lo intentó.
Y luego está el rollo costa oeste. Ayer vi a un tío comprando tabaco que llevaba un paño blanco a modo de falda, una camisa de flores del año 68 que no conocía jabón alguno, el pelo más largo que he visto en mi vida en un tío y un libro gordo en la mano. Y ya. Me pidió fuego y le costó la hostia encender el piti, de liar claro. El tío se lo tomaba con calma, verdadera calma, y seguramente estaba un poco colgado también.
Me acordaré de él, y del cazón, cuando llegue a Nueva York y acelere mi paso al ritmo de la masa, que en los halls del metro se dispersa por los andenes a cámara rápida, en una especie de coreografía, como siguiendo el ritmo del músico de turno. Si te paras en el medio y miras alrededor, y nadie te tira al suelo como el obstáculo que eres en su camino, les ves realmente frágiles, a pesar del famoso work hard, play hard.
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