Sunday, August 06, 2006

(VII)

Al pisar de nuevo nuestro planeta, en un helado campo remoto de Siberia, decidí buscar bullicio, todo el que fuera posible, y así fue como acabé en Japón, en Tokyo y, después de pasar dos meses yendo al psiquiatra para quitarme la adicción al karaoke y al sake y la obsesión por uno de los cantantes más asiduos de estos establecimientos, el único hombre que hasta entonces no me hacía caso, pensé en pasar una temporada en un retiro espiritual en Kyoto, un lugar donde, según el psicoanalista, podría encontrar la tranquilidad zen que al parecer había estado buscando en todos mis enamoramientos. Iba a hacerle caso, pero la perspectiva de acabar enrollada con un samurai, hecho que muy probablemente sucedería, me disuadió y comencé a sentir que empezaba a estar harta de los hombres.

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