Saturday, August 05, 2006

(VI)

El guante blanco que me sacudió la geta fue lo primero que vi al despertar, al que me agarré con fuerza para levantarme y al que seguía agarrada cuando subí meses después a aquella nave recién reparada y reluciente. Para entonces mi maorí ya había adivinado que mi sexto amor iba a ser aquel astronauta ruso, y se había esfumado tan civilizadamente como llegó. Nuestro viaje a la luna duró tiempo, mucho tiempo, el que necesitábamos para hacernos entender mi astronauta y yo. Aprendí ruso y conocí el comunismo leyendo a Trosky y él aprendió castellano y descubrió el capitalismo con un folleto de ofertas del Día que milagrosamente había sobrevivido a todos mis amores, a todos mis viajes por el mundo y, a partir de entonces, por la galaxia. Pero de nuevo yo necesitaba poner los pies en la tierra y a él le gustaba demasiado jugar a encontrarnos volando en la nave sin gravedad.

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