Los amores de mi vida (II)
Después de pasar unos meses cultivando un pequeño trozo de tierra seca, nos fuimos al desierto y allí nos convertimos en discípulos de un chamán que nos preparaba para afrontar con éxito nuestra segunda ingesta de peyote (de la primera ni hablar, ya hablaron nuestros esfínteres por nosotros). En pleno viaje santísimo, descubrí que mi animal era la tortuga marina, un espécimen que se encuentra en aguas nicaragüenses. Mi montañero era una serpiente pitón propia del desierto así que, aceptando nuestra incompatibilidad, decidimos separarnos de común acuerdo y yo me fui en busca de mi visión.
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