Thursday, August 03, 2006

(IV)

Y he aquí el cuarto amor de vida, un marinero al que conocí en la cubierta del barco en la madrugada, cuando salía de la sala de calderas a buscar algo de comida que hubiera dejado olvidada alguno de los grumetes. En este caso, lo que me unió a este fornido lobo de mar fueron las sopas de aleta de tiburón que me preparaba, y que tomábamos a escondidas en el bar privado propiedad del capitán cuando éste se divertía con un marinerito efebo que siempre era el que levaba anclas. Quizá fue el amor más idílico de mi vida, por el entendimiento que conseguimos en temas como la largura perfecta para los pantalones pirata o el ladeado adecuado de la gorra. Hasta que un día el capitán tiró por la borda a mi enamorado, porque descubrió que llevaba meses compartiendo con él su devoción por el efebo. Aproveché la coyuntura para abandonar el buque en la siguiente parada, Tahití.

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