(III)
Una vez en Nicaragüa, antes de llegar a la costa decidí hacer un viaje corto por el centro, y en una de estas encontré una colonia de curas sandinistas en una zona selvática a los pies del Río Grande. Y si el güisqui me unió al mecánico y el peyote me separó del montañero, lo más destacable de mi relación con el tercer amor de vida, el cura, fue el sexo. Nunca había conocido tanta alegría para el cuerpo como la que sentía y proporcionaba este jesuita apóstata de la iglesia católica que, además, era muy aficionado a los disfraces y de vez en cuando recuperaba la sotana que tenía escondida al fondo del baúl donde guardaba los rifles. En una de estas fiestas transformistas, se me ocurrió vestirme de marinero, con pantalones pirata azules, alpargatas de esparto, camiseta rayada y gorro de lobo de mar, hasta me dibujé un ancla en el hombro y todo. La explosión de júbilo que se dibujó en los ojos de mi cura me proporcionó otra visión, había ido a Nicaragüa en busca de mi animal, la tortuga marítima, y aún no había visto el mar. Como por entonces aún seguía siendo muy extremista, decidí que recorrer unos pocos kilómetros hasta la costa no iba a ser suficiente, así que cogí un carguero y, de polizonte, me dirigí a los mares del sur.
2 Comments:
o vas planeando una fecha para hacerte la panamericana de una vez o empezaré a preocuparme de verdad...
muaaaaaaaa!!!
3:28 AM
jjjajaa, ya te cuento, dependo de un huevo de bolas que dan vueltas en un bombo, aunque para eso tendría que avituarme a comprar la lotería...
4:05 AM
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