Monday, November 24, 2008

Mi Studio84 particular

"Es duro cuando tienes que estar mirando siempre el dólar" Esto nos dijo hace un tiempo un tipo muy majete de una tienda a la que fuimos a comprar un escritorio y en la que acabamos mirando las tablas de madera de saldo con algún golpecito no muy visible.
Es cierto que con presupuesto reducido, en una ciudad en la que todo invita a comprar y en la que uno no sabe cómo pero pisa la calle y ya se ha gastado 15 dólares, cualquier gasto es un dilema. Pero también es verdad que uno aprende a esquivar las balas. Ese deli no, que vende los tomates dos dólares más caro que el siguiente. Ese puesto de perritos en la esquina de Union Square sí, que tiene las latas y las botellas de agua a dólar en vez de a dos. Ese japo sí, que vende bandejas de sushi diario a 9 dólares que te valen para comer y para cenar. Y analizando y comparando, al final acaba uno conociendo más que si hiciera caso al instinto de compra impulsiva, totalmente prohibido si no quieres salir llorando del super porque te han clavado 7 dólares por un brick de zumo.
El caso es que te acostumbras y ahora, la sola idea de meterme en el H&M de la quinta (ni hablar del GAP o del Zara, son un lujo) me da una pereza terrible, con lo que yo he sido.
El otro día hablando con un colega decía que ha aprendido a flipar con las cosas más chorras o pequeñas, como poder tener un videoclub por 10 dólares al mes que te manda las pelis al buzón de tu casa. El día que hay peli, fiesta interior.
A mí me pasa algo un poco más bizarro. Quizá sea la falta de bailoteo salvaje que llevo encima pero cada vez que voy al super del barrio lo flipo a muerte con las canciones ochenteras que ponen, a toda hostia además. Por un lado creo que allí, en un super con paquetes de cereales casi más grandes que yo, y cuatrocientasmil variedades de todo en tamaño familiar, como que entiendo más el espíritu de los temas. Y por otro, escuchar la banda sonora de El Club de los Cinco y a continuación Regreso al Futuro y luego Fama, todo seguido, hace que el carrito de la compra sea el perfecto acompañante para mover un rato el cuerpo, con mucha discreción, eso sí, y con cuidado, que carrito y hostia descomunal son dos cosas unidas en mi experiencia vital. Pero qué cojones, si uno se cae, pues se levanta y, si puede, baila.

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