Monday, August 13, 2007

Carros de fuego

Toda la semana de vacaciones por cierre oficial de oficina y unos días en el country para recordar qué es eso de dormir sin ningún tipo de ruido y con sábana y pijama. Es curioso como el cambio y lo repetido mil veces se conjugan en el mismo instante. A los 17 tacos, con la mente alterada y los sentidos confundidos, me fascinaba el tema del cambio, que si era motor de la vida, que si debía ser perpetuo y súbito, que si era el mejor antídoto para la odiada y temida y no conocida rutina. Pasé esa época en la que lees todo lo de Herman Hesse que cae en tus manos, entiendes la mitad y te flipas. Y ahora se me encienden algunas lucecitas que por aquel entonces quizá tan sólo parpadeaban, entre fumada y fumada. El pasado me revisita en un momento de cambio, o mejor dicho, en el camino hacia el cambio. Para poder cambiar de continente he de hacer unos exámenes que me obligan a recordar cómo se hacen raíces cuadradas y qué son los números primos, y aquí estoy dejándome los codos en la misma mesa sobre la que aprendí a hacer derivadas e integrales. Siempre me ha parecido tremendamente sorprendente y a la vez cruel el hecho de que nos pueda cambiar la vida en un segundo: hace un segundo tenías trabajo, un segundo después ya no, hace un segundo pensabas en tí mismo, un segundo después no puedes dejar de pensar en otra persona. Pero después de tener que recuperar el libro de matemáticas de 6º de EGB, con mensajitos escritos al margen y las pollas dibujadas por compañeros salidos, dudo de que todos los cambios hayan de ser súbitos y me imagino al montón de cosas pasadas acumuladas como corredores en una línea de salida, esperando su particular pistoletazo para volver a la carrera en busca de una nueva línea de meta, y van...

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