
Resultó que el Ranchito era un sitio que mejoraba cuanto más tiempo pasabas en él. Al principio, después de una noche de copas de garrafa carnavalera malagueña y pitis en una playa portuaria de ciudad a las cinco de la mañana, el aperitivo recio de embutidos y manzanilla era todo un reto, que se superó, claro. La señora que lo frecuentaba era más maja que las pesetas y a la sazón la dj del número a caballo de su hijo, un chulazo la mar de sonriente con una mujer guapa a rabiar y dos bebés de cuento. Nos hicieron dos números de doma, como el infierno y el cielo. En el primero, y esto lo juro y juraré siempre, vi a un caballo bailar el
I just can get enough de Depeche Mode, y casi me sale ardiendo la cabeza de la inmensa cantidad de paridas que se cruzaban por mi mente. El segundo era lo que tenía que ser, un espectáculo con garrota y con el
Entre dos aguas, de Paco de Lucía, que me dejó muy relajá y con ganas de tener un clavel a mano para tirárselo al tipo, en plan chulángana.
Y ná, haciéndome, por una vez, caso a mi misma, he salido y salido este finde, y me he quedado bastante vacía, y un poco feliz feliz.
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