Faltaba Calamaro

Nacho Vegas con una camiseta de Bob Dylan. Mi ex redactor jefe con una camiseta de Nacho Vegas firmada por Nacho Vegas. Un escalofrío que me recorre la espina dorsal cuando veo que Ramoncín se acerca a Bunbury, impasible en la barra, y le pega un abrazo desmesurado. El concierto de Zimmerman empezó cuando aún era de día y hasta que no oscureció no pude meterme bien en el ambiente, pero había tela para cortar abajo, en el campo de fútbol del country. Se trajo su propia seguridad, unos tíos bordes que no dejaban hacer fotos ni a los de prensa. Lo que produjo episodios graciosos, como cuando el alcalde maniqueo que tenemos fichó que estaba por allí López Aguilar con Caffarel y Pedro Piqueras, y quiso hacerse fotos con el ministro, y tuvieron que salir, ellos y todos los fotógrafos bastante jodidos ya, a la carretera junto al cuartelillo de la Guardia Civil y los restos de botellón previo al evento para dejar constancia gráfica y sonriente de los sociatas reunidos. Ya cuando oscureció, después de varios reencuentros molones de verdad con antiguos compañeros de ruedas de prensa y noches etílicas, empecé a centrarme en la música, y justo estaba tocando Masters of War, y después vino Like a Rolling Stone, en una versión bastante blusera y rara que dejaba a los fans con la palabra en la boca porque nunca sabías cuándo iba a cantar. Aún así, esos 20 minutos en los que me concentré y me esforcé por saltar por encima de las cabezas para poder ver algo, valieron la pena. El truco de soltar fuegos artificiales nada más terminar el concierto para que la gente no se emperrara en pedir otra (por ejemplo, I want you, o Knockin´on heavens door, o Hurricane Carter, o Blowin´in the wind, o…) estuvo logrado. Al final, me ha quedado más mono de Bob que antes, así que he afanado de mi casa familiar el Blonde on Blonde para quitarme las espinas.