Tuesday, April 18, 2006

Lenguas

Este finde hago un curso de enseñanza de español para extranjeros en Alcalá de Henares. Y hoy me preguntaba cómo será eso de enseñar tu propia lengua, esa que hablas y construyes sin darte cuenta casi cada segundo, con la que piensas cosas horribles y preciosas. Que seguramente todo los libros tengan casi las mismas palabras, o muy parecidas, pero producen sensaciones completamente distintas. Porque no es lo mismo decir "los hombres estamos desesperados" que "los hombres estamos desesperados, somos como perros polvorientos con la lengua fuera, cansados de correr detrás siempre detrás de la misma ilusion". Y me acordé de cuando iba a la academia de inglés, una pequeña que está en el callejón del country donde la zona de bares, donde nos bajábamos hace años a fumar petas. La dueña era una inglesa trotamundos la mar de buenorra y muy maja, y tenía un elenco de teachers de lo más atractivo: una japonesa americana muy buena y muy seria, una canadiense argentina muy dulce que se partía con todo y con todos, una australiana embajadora de la ONU en un país africano en sus tiempos mozos y una británica tope vaga y cachonda con una casa en Estepona y adicta a la matequilla de cacahuetes. Y luego el administrativo, alumno ocasional compañero de mis clases y amigo de risas, que además era profe de español (sí, el tío llegó, se las ligó a todas y se montó el chiringo). Y era curioso ver cómo cada profe se tomaba de una forma el que pronunciaras "apple" como "apol" o como "apel", y cómo cuando discutías sobre Asnar se te olvidaba que estabas en clase de inglés y acababas haciendo señas como un mono. Doy gracias a los que la montaron parda e hicieron que Yavé se enfadara y reinara entre nosotros la torre de Babel. Agur, adeu, ata logiño.

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