Saturday, October 29, 2005

Reloj, no marques las horas


Hoy cambiamos la hora, una hora más de noche. Siempre que llega este día del año, desde hace unos cuantos, me descojono. Me acuerdo de aquel viaje que hicimos a Salamanca cuatro country girls en plena efervescencia porrera, aquel en el que lo primero que vimos de la ciudad de Unamuno fueron dos tíos esposados en la Comisaría de Policía, donde acudimos prontas nada más bajar del tren porque a Pat un viejo le había sustraído el bolso con toda la pasta e, importante, el bocadillo de lomo que le había hecho su madre. Todo empezaba bien, y siguió mejor cuando acudimos al monasterio de los monjes carmelitas en una misión arriesgada encomendada por mi viejo, devolver un libro de meditación hindú a uno de los piadosos monjes, que no se extrañó nada de nuestros ojos rojos y casi nos invita a unas pastas. Submarino en una de las dos habitaciones a 6 euros, con momento de pánico incluido al no poder salir de aquel zulo, yogur con sorpresa, pedo lagartijero, lectura en alto de "El Almuerzo desnudo" (el momento lo requería), y cuando dejamos de ser despojos, en pleno subidón chuzillo espirituoso, nos acordamos de que tenemos que cambiar la hora. Eran las 4, para el resto del mundo empezaban a ser las 5, pero para nosotras fueron las 3, y pasamos una noche entera con dos horas de retraso, extrañadas de que cerraran los bares, pensando que la gente estaba loca cuando oíamos "me voy a casa, que son las 6". La realidad nos depertó en forma de golpes en la puerta, avisando que teníamos que dejar aquella habitación donde habíamos colocado un poster de Quimi de "Compañeros" con insultos varios sobreimpresos. No eran las 10, y aquella ducha con la que soñábamos antes de acostarnos tuvo que esperar unas horas más, mientras corríamos a coger el tren, escuchando las campanas puntualísimas que tocaban a misa de doce.

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