Persiguiendo al dragón
Hasta nosotros sube de los confines del mundo
el anhelo febril de la vida;
con el lujo la miseria confundida,
vaho sangriento de mil fúnebres festines,
espamos de deleite, afanes espantosos,
manos de criminales, de usureros, de santos;
la humanidad con sus ansias y temores,
a la vez que sus cálidos y pútridos olores,
transpira santidades y pasiones groseras,
se devora ella misma
y devuelve después lo tragado,
incuba nobles artes y bélicas quimeras,
y adorna de ilusión la casa en llamas del pecado;
se retuerce y se consume y se degrada
en los goces de feria de su mundo infantil,
a todos les resurge radiante y renovada,
y al final se les trueca en polvo vil.
Nosotros, en cambio, vivimos las frías
mansiones del éter cuajado de mil claridades,
sin horas ni días,
sin sexos ni edades.
Y vuestros pecados y vuestras pasiones
y hasta vuestros crímenes son distracciones,
igual que el desfile de tantas estrellas por el firmamento,
infinito y único es para nosotros el menor momento.
Viendo silenciosos vuestras pobres vidas inquietas,
mirando en silencio el girar de los planetas,
gozamos del gélido invierno espacial.
Al dragón celeste nos une amistad perdurable,
es nuestra existencia serena, inmutable,
nuestra eterna risa serena y astral
El lobo estepario
Herman Hesse
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